Aún hoy
recuerdo la primera vez que me conecté a internet. Fue en la oficina de mi
padre hace ya unos cuantos años, y todo contento imprimía desde el ordenador
una foto de Michael Jordan de la web de Chicago Bulls. Me parecía algo mágico.
Aquello de poder encontrar lo que quisiera a golpe de click era algo que no
podía ser de este planeta. También recuerdo pasarme algún sábado con el biólogo
de la empresa, jugando y haciendo túneles con canutillos de cartón para los
ratones de laboratorio, los cuales acabarían por sufrir el cruel destino de ser
los primeros en probar todos los componentes de las conservas, por el bien de
nuestra salud claro. Sin duda, unos héroes a los que no les reconocemos el
mérito. Pienso en el día en que me colé en la sala donde un par de señoras
hacían en unas cubas la salsa que llevarían las zamburiñas o mejillones en las
latas durante una visita guiada sin que se enterase la pobre encargada de enseñarnos el proceso de fabricación artesanal de la conserva a mi y a otros tantos curiosos o turistas, y, muy amablemente, me
ofrecieron un trozo de pan, con lo que me puse a "hacer sopas" allí mientras
charlaba con ellas. De todo esto evidentemente mi padre no se habrá enterado todavía. Me hace gracia recordar con la cara que me
miraba la gente cuando me pasaba por las oficinas y escuchaba "es el hijo
del de administración". O la forma de saludarme de uno de los jefes de la
oficina por primera vez, tan altivo y prepotente que yo, en mis inocentes 13
años, me dieron ganas de pegarle una patada en esa zona tan sensible que
tenemos los del género masculino. También recordaré siempre llamar por teléfono
preguntando por mi padre y siempre se daban dos situaciones. La primera, que la
telefonista me conociese y me empezase a preguntar que tal me iba en el colegio
o instituto, o, en segundo lugar, que no me conociese y dijese que mi padre
estaba ocupado o en una reunión. Yo, en este segundo caso insistía y le decía
quien era, entonces normalmente me pedían disculpas. Como olvidarme también del
hilo telefónico en espera, una música que con el paso del tiempo cambiaron creo
que un par de veces, una de esas melodías de ascensor, pero que al final acabé
por querer que mi padre tardase en coger el teléfono, porque nunca sabía como
terminaba dicha cancioncita. Seguro que era una melodía en bucle. O no. Ya no
lo sabré.
Por todo esto y por muchas otras cosas que
rondan mi cabeza, me invade una tremenda tristeza al saber que una fábrica de
conservas con tanta historia y con una solvencia más que reconocida, va a ser
desmantelada, dejando sin trabajo a mucha gente y sobre todo, dejando sin medio
de subsistencia a un pueblo como Vilaxoán, del que procedo en una de mis
mitades. El porqué de su cierre responde a muchas cosas que no es cuestión de
escribir en estas líneas. Por mi parte solo puedo decir que al fin y al cabo yo
también vivo de ese trabajo que va a dejar de existir dentro de muy poco, con
lo cual me apena y preocupa a partes iguales. Irresponsabilidad política,
ambición, mala gestión, envidias, incompetencias, dinero, al fin y al cabo.
Todo es dinero. El factor humano no cuenta absolutamente para nada en medio de
este caos de neoliberalismo económico en que solo importa el que más tiene y el
que más puede acaparar. Escuchaba en cierta canción de cierto grupo de unos
grandes músicos y mejores amigos “facendo un bó reparto, chega e sobra co que
hai”. Pues parece ser que no, que después de miles de años de historia que nos
contempla, al ser humano (o por lo menos a una parte) no le llega con lo que
hay y siempre necesita más, no importando el daño causado con tal de conseguir
la tan ansiada “riqueza”. El fin justifica los medios decía un gran sabio. Pero
es que hay cada medio, Maquiavelo de mi vida…
Rubi_Ly